♦ Las Crónicas de Ayari – III ♦

Ayari suspira mientras trae a la memoria la imagen de Yoshiro. Siempre fue el favorito de entre todos los hijos de su tío Kohtaro. Despierto, con un gran afán por aprender y descubrir. Una vez llegó a la mayoría de edad, los deseos de Yoshiro chocaron con los de su padre como un tren de mercancías. Fiel a la tradición familiar, su tío deseaba que su primogénito se dedicara a la política en beneficio del reino, pero los deseos de Yoshiro se conducían por un camino bien distinto. Hacía unos pocos años que los europeos fueron llegando en pequeños grupos, en un principio solían permanecer cercanos a la costa pero pasado un tiempo, nuevos e intrepidos colonos se fueron adentrando en el país. Yoshiro estaba fascinado con la llegada de los visitantes europeos; estaba prendado de su cultura, de sus ropas, de sus armas. Tanto deslumbró este descubrimiento a Yoshiro que aprendió su lengua, comenzó a vestir como ellos, se inició en el aprendizaje de su religión y frecuentaba su compañía.

Kohtaro no podía estar más en desacuerdo con las decisiones de su hijo y así se lo hizo saber en varias ocasiones. La última advertencia conllevó un muro insalvable que desde entonces separó a padre e hijo. En un arrebato de furia, Kohtaro expulsó a su hijo del hogar familiar y éste buscó cobijo entre sus nuevos adquiridos amigos. Desde entonces, la espiral en la que se sumergió Yoshiro fue su perdición. Ansioso por encajar en un mundo venido de fuera comenzó unos negocios con algunos de los colonos; de ahí vinieron endeudamiento, juego y un tren de vida que nunca se había podido permitir. Inmerso en una ilusión, se vio abandonado a su suerte tiempo después por aquellos a los que consideraba amigos y su situación fue empeorando a medida que avanzaba el tiempo. Por aquella época, intentó aproximarse de nuevo a su familia a través de sus hermanos pero Kohtaro fue inflexible: aquel que ayudara a Yoshiro correría la misma suerte que él. La deshonrosa situación a la que se había visto abocada la familia por las decisiones de Yoshiro no se habrían de repetir nunca jamás.

Pese a todo, Kohtaro seguía sintiendo debilidad por su primogénito y sus contactos en la ciudad le proporcionaban información de la situación de su hijo de cuando en cuando. Tan sólo cuando el rumor de un asesinato a manos de Yoshiro llegó a los oídos de su padre, fue cuando éste cerro su corazón a aquel que una vez consideró su hijo. Desde entonces, Kohtaro se había vuelto huraño, hosco, intratable para todos aquellos que le rodeaban. Ayari contempla a su viejo tío; parece más pequeño que cuando le vio hace unos instantes, como si menguara a cada momento. Introduce la mano entre los pliegues de su hakama y extrae un finísimo pliego doblado con cuidado. Mirando a los ojos a su tío, le tiende la carta que prometió entregar. Kohtaro coge con presteza el papel entre sus dedos temblorosos y Ayari cree advertir un reflejo de esperanza en sus ojos. Con avidez, recorre con la mirada la diminuta escritura repartida en el pliego; Ayari observa como tiemblan las comisuras de su boca, como su mandíbula se tensa y finalmente, como si hubiera sido tocado por un rayo fulminante, observa como la piel de Kohtaro palidece e intenta frenar el desplome de su cuerpo apoyando un brazo en el suelo.

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